Hoy he decidido llamarme, hablarme, quedar conmigo en el bar de la esquina donde me conocí.
Y (me) he aceptado.
Me he desmaquillado para no desconocerme -aún más- al verme con otro tono de piel, otras pestañas,…
Me he mojado los labios en el café y me he preguntado donde estuve en las noches de insomnio.
A quién albergué durante todo este tiempo donde no fui yo.
‘Era yo’, me respondí.
Nunca fui otra.
He llorado en mi hombro, que no es lo mismo que llorar en el hombro de alguien:
he llorado hasta que me he calado por dentro.
Y he sentido el frío de cuando el vacío domina tu cuerpo: y es que en mis venas no había sangre, había alguien que no era yo.
He exhalado y ha salido. Y me he mandado un mensaje: te volveré a llamar.
Hemos quedado esta noche, en uno de los bares abiertos de mis vértebras.
Creo que nos hemos perdonado cuando me he autoinvitado a subir al piso y he vuelto a ser quien era.
Me he dado la bienvenida con un brindis ante el espejo. Desnuda de desconocidos.
He decidido no volver a dejarme ir y me he acompañado al despedirnos.
Era demasiado tarde para volver a medias a casa,
nunca sabes cuándo te vas a necesitar entera.
Sin palabras, en muchas ocasiones se nos olvida quienes somos realmente y es necesario recordarlo
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Miramos mucho a los demás, queremos mucho a los demás, pero sí, de nosotros nos olvidamos constantemente.
Gracias por leer y por el comentario!
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