Fábula de la hormiga y el humano.

Existe un lugar al que ya no podremos ir, aunque digan que somos libres de ir a cualquier lado.
Ese nosotros abandonado, al que le han crecido malvas y malas hierbas.
Donde conviven los cristales, de esa historia rota, junto a la luz del recuerdo.
En el ángulo adecuado, quema.
Como las hormigas masacradas con lupa y sol por un niño, que no tiene maldad sino una diversión un tanto inhumana; así he huido, de tus manos de niño que aún no sabe lo que quiere, y destroza antes de perder, y pierde después de destrozar.
Y no añora nunca.
Fui una hormiga igual que tantas, inmigrante de tu piel que ya no podrá volver a mi refugio,
ese hormiguero de esfuerzo.
Desertora de mi hogar por embarcar en puertos que luego fueron ese naufragio cerca de tierra, de esos que piensas «si hubiera echado a nadar lo hubiera conseguido». Pero no lo hizo, salvarse.
Has saltado para llegar lejos por encima de mí, has hecho temblar la tierra y me he derrumbado.
Sólo quedan ruinas donde una vez me atreví a trepar por tu vello.
Fue un segundo el que me tuviste entre manos, y me miraste con la cara buena de todos los niños malos.

Existe un lugar del que yo no podré regresar, al que ya no podrás ir: un lugar extinto,
un par de pilares sostenidos, a quien la ausencia hecha un pulso.
A veces me pregunto de donde una hormiga saca la fuerza para aguantar tanto peso.
Me ha caído encima todo tu recuerdo, tu indecisión, tus altibajos, me ha caído el sonido de tu voz, toda la pesadez que siempre le faltó a tu cuerpo, la gravedad que se saltó tu cabello por eso de ir siempre a su antojo.
Y he podido con ello.
He podido hasta ahora, esquivando esos puntos donde la historia y el recuerdo provocan el incendio que mi desaire no puede apagar.
Aún no te odio lo suficiente para liberarme de estas cadenas, no te odio, en absoluto.
Por eso permanezco en el nosotros, entre el derrumbe, para contemplar el derrumbamiento que sé que llegará algún día, cuando ya no sea capaz de soportar.
O haya perdido las ganas de hacerlo.
Me tengo en pie si no te tengo frente a frente, para hacerme temblar.
Es por eso que estas ruinas temen que vuelvas
a convertir en escombros
lo que aún puede ser bello para quien le guste los destrozos.

Moraleja: alguien será capaz de amar lo que otros no hicieron.
Pero, ¿y cuándo serás tú ese «alguien»?

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