Exceso de café

 cafe4
Tú.
Inundas mi pecho,
mi almohada,
pareces agonizar
-las noches enteras-
entre mis sábanas.

No puedo dormir.

Tengo en las pupilas
la lista de camas
que deshice
con la mano
que tú
solías agarrar.
Y no importa que sean muchas,
o demasiado pocas,
pero no son suficientes
para borrar el rastro
por el que
-a ciegas-
me movía
hacia tu habitación.

Inundas mis manos,
las manipulas para que,
de nuevo,
vuelvan a hablar de ti.
Y se me cansan los labios
de decir que recurriría
a todos los temas,
a todas las bocas,
a todos los charcos,
por sentirme bañada
en otro aire
que no sea tu aliento.

Que sí,
que aún me llega.

Que aún te huelo.

Llevas el perfume aquel
con el que te deshacías
entre mis piernas,
y hacías de mi pelo
-cada invierno-
un refugio.

No sé cómo
aún creo ver
el café en tus ojos
manchados de hielo.
Ni sé cómo te haces
brisa las mañanas
para rondar por mi pelo.

Pero estoy coleccionando
amaneceres con mis dedos,
y aún sigo en vela desde que te fuiste.

Creo que tengo exceso de café.
O defecto de ti.
No sé.

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